Norman Mailer: Un sueño americano

    Pocos escritores ha habido y habrá -entre los grandes, preciso - tan duros como Norman Mailer, que hayan apuntado tan directamente a ese espacio en el que duele y que al lector lo hace revolverse en la silla, darles vueltas a sus viejos y a sus nuevos pensamientos. Ay, ¿qué fue de los autores que incomodaban, que arriesgaban en cada libro, que no se contentaban, que se exponían no por lo fácil y lo asumido sino por lo difícil y lo harto problemático, lo que aún no se ha asumido y quizá no se asumirá nunca? Leer a Norman Mailer es entrar en una jaula de fieras, ir río arriba, es volver el cuchillo contra nuestro pecho. Buen ejemplo es esta novela, que empieza con un hombre que mata a su mujer y narra en primera persona lo ocurrido. Podemos estar seguros de que no habrá a continuación moralina, y a pesar de que la novela está escrita en 1964 no habrá condenas fáciles, remordimientos superciales, explicaciones para lectores distraídos o consumidores de un libro al año. Mailer va al nervio, golpea con fuerza, reclama la atención a porrazos. Y no lo hace para alardear, para subir a la primera posición en la lista de los más llamativos y provocadores. Su interés narrativo responde a la gran duda -algo que muchos no vieron, no quisieron ver para quedarse con la imagen del tipo con el gran ego y la mano dura- que aborda la más duradera literatura: ¿de qué está hecho el ser humano, qué odios lo embargan, qué amores lo desatan? Y para eso no duda en servirnos sus verdades con escenas que nos hacen dar un paso atrás, sentirnos manchados, dolidos. Mailer podrá atraparte o no, pero no podrás decir que es falso, que solo sirve vana literatura en las páginas de sus novelas. 

   Un sueño americano disecciona el ímpetu de poder, lascivia, dominación que surte de vida a algunos poderosos, constructores de grandes edificios de bellas fachadas y seguros cimientos que esconden historias de paralizantes miserias enterradas que ya no desprenden ningún olor delator, lo que se ha conseguido mediante dinero y palabras y amenazas y aproximaciones más o menos confesables. Cerca de esos victoriosos caballeros y exultantes damas se mueve un tipo que se ha casado con una heredera caprichosa a la que ama y detesta con la misma fuerza con que por ella es amado y detestado, signo y señal de la vida cotidiana de la gente importante ante los que consideran sus subordinados. Cuando mata a su mujer no sabe si detenerse, pero después no duda en acostarse con la criada de ella. Más tarde, descubre a otra mujer y se queda encandilado, pero la violencia lo persigue: cuando abres una botella, has de beberla hasta el final. En el interludio previo con la policía y su consabido interrogatorio punzante y descorazonador verá que no cuesta firmar un escrito de culpabilidad, seas o no culpable, pues convencer y derrotar o derrotarse es solo un paso cuando vas al lugar donde ya te consideran malo. Y no firmar es un acto de voluntad, de rebeldía, que solo rompe una mirada fija, la de un detective que no solo actúa, sino que sabe empatizar. Si no firmas es porque no te aprietan lo suficiente. Vamos a confesarnos, piensa el narrador, pero ante otros ojos, ante otras bocas, ante otras manos, lejos de papeles que verán un juez y un jurado. Decir la verdad primera es en este mundo corrompido y con tintes de horror dostoievskiano algo inacabado que no comporta inmediata condena si no te declaras vencido. Hay muchas fichas, muchos intereses, muchas mentes que solo piensan en lo mejor para ellas mismas. La radiografía continúa, a Mailer no le tiembla el pulso y su personaje se ve ante la idea de suicidarse para pagar por el asesinato cometido. Pero ¿ se paga con un sucidio el haber arrebatado una vida? Sorprendentemente -lo digo para aquellos que miraron en la wikipedia o lo recordaban y ahora piensan que Mailer era un misógino o algo peor, que lo condenaron por delitos de violencia doméstica-, el narrador no busca la respuesta en sí mismo y se aproxima a otros para que las llamas inevitables lo asen, lo tuesten o lo doren nada más, y ahí la novela entra en ese lado que en estos tiempos de corrección y justicia pulsante en redes sociales se ve claramente incómodo y muy alejado de lo atestiguador para alejarse hacia una visión más personal y ciertamente magistral en su formulación que arrebata por su sinceridad sin fondo y su exposición sin capas de doblez de la debilidad humana, de la maldad humana. 

   Leo a Norman Mailer como a uno de esos autores de los que siempre aprendo algo, con los que tengo la sensación de que cada una de sus páginas es oro, y me reconozco en algunas de sus ideas y sus intenciones narrativas, pues algunas de mis propuestas de ficción son parientes de las suyas, no deudoras pero sí de alguna manera continuadoras. No hay nada peor que la novela o el relato autocensurados, cortados por el miedo al rechazo del público o a la repulsa de los ejecutivos editoriales. Mi libro Almería 66 contiene relatos que a algunos les parecerán demasiado duros, en la frontera de lo permisible, lindando con lo reprobable y lo nefasto. Mi novela Los atrevidos medita sobre qué hacer con un violador no confeso veinte años después de haber cometido sus salvajes actos destructores y aboca en sus conclusiones a incomodidades varias. Nunca he buscado más que la verdad en lo que escribo, y eso significa la verdad de los personajes y del texto, a lo único que me debo. Mailer tuvo mucho éxito, y yo ninguno. Él lo buscó, yo en absoluto. Acaso él pretendió agitar a lo bruto en algunos pasajes, pero estoy seguro de que perseguía un mejor entendimiento de la esencia humana, no otra cosa. En eso estamos unidos. Por eso lo reivindico y celebro tener algunos libros suyos aún pendientes de lectura. Y cuando hablo de ellos creo que realizo una labor necesaria y positiva, y gratuita, dada en un blog, para todos, para todos los que no se conforman con lo dicho y sancionado por los demás y siguen leyendo y descubriendo y descubriéndose y concluyendo que la existencia es lo más duro pero también lo mejor que tenemos.