Lo mejor de esta novela es la imaginación de su autora, sin duda, que no se ha puesto trabas para crear una historia, unos personajes y a un grupo de adoradores de la cruz en la que debió de morir el Jesús de la Biblia que resultan muy entretenidos, aptos para la meditación y para ver más allá de lo que nuestros ojos ven cuando salimos a la calle cualquier mañana. Matilde Asensi imagina y no tiene miedo de bordear lo que para algunos puede ser ridículo o infantil, porque dentro de esta escritora hay un alma emprendedora y enérgica que busca sin cesar sus verdades, esas que la llevan a no quedarse quieta, a ser conformista, adocenada. Es un alma libre Matilde Asensi, y eso se agradece: no es fácil caminar hacia nuestras verdades, no es fácil arrancar, no es fácil dar un paso; cuánto más lo es escribir una novela de más de seiscientas páginas.
Las novelas de aventuras precisan de autores que tengan un alma no contaminada por el arrullo del tedio adulto y atesoren una creencia firme en la ingenuidad. Almas que no sucumban a la melodía adormecedora de las supuestas verdades de la edad adulta, que no hayan perdido el deseo de creer en lo que hay en los sueños, en sus sueños y en los sueños de otros soñadores que contaron sus sueños y nos hicieron soñar. Matilde Asensi es una escritora de novelas de aventuras que no pierden en ningún momento la dignidad, que no están hechas para el juego inane y el alarde vano. En la ingenuidad está su valor más puro, más atacable, menos comprensible o perdonable para el lector justiciero. Y es lo que me parece mejor, más perdurable, más personal y más sincero de sus libros: es lo que más transmite, seguramente lo que más atrae a tantos lectores como tiene y espero que siga teniendo siempre.
En el mundo literario siempre ha habido rencillas, envidias inmensas como mares, odios recatados y miradas altaneras que detrás solo esconden frustración. En el mundo de la crítica siempre ha habido suficiencia, elitismo, un montón de lectores amantes de la letra y muy poco de la trama. En los dos mundos me he movido y en los dos mundos estoy, como autor de libros y como reseñador. Ante libros como este, que se leen en un vuelo, que cuesta soltar, creo que hay que ser justos: son un bien para la literatura y sus autores los cuidadores de un pozo -que no debe agotarse- en el que perviven la mejor ilusión y la mejor visión imaginativa de lo que nunca ha de dejar de ser una novela para todos los públicos. Hay novelas para todos, y las de aventuras espero que nunca dejen de existir, porque con ellas moriría una parte importante de todos nosotros, aquellos que empezamos leyendo tebeos y cómics y nunca hemos abandonado del todo un espacio inmaterial que es a la vez refugio, potencia y pasión.