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Horacio Vázquez Rial: Historia del Triste

   


   Releer un libro es comprobar que la memoria falla, que no es segura, que no puede abarcar más que una pequeña parte de lo vivido y de lo aprendido. Esta novela no me ha golpeado como la primera vez, no me ha aturdido, no me ha parecido que sea tan buena, tan radical como hace casi treinta años me lo pareció. Hay cierta síntesis en ella, cierta tendencia al esquematismo que no me ha gustado, que ahora me empuja a pensar que no es una novela única. Fue durante algún tiempo una de las novelas que más me influyeron, que me animaron a escribir de manera diferente, cambiando la imagen de la página escrita y también su contenido, que no podía ser conformista ni timorato. Fue un hito en mi experiencia lectora. Tanto tiempo después no puedo dejar de ver sus defectos, su sentimentalismo frío y el deseo del autor de hacer de su texto algo ejemplar desde la primera frase, un pontificado a la inversa que no conmueve porque se arrebata su propia fuerza, su propio desespero por culpa de un enroque excesivo en sus ideas, en sus temas, en sus ambientes: Vázquez Rial optó por suprimir, por cercar y no expandirse, como hacía Vázquez Montalbán, por contra, que exponía y se exponía yendo siempre hacia el límite, hacia la herida, hacia la frontera. Hay en esta novela valentía, pero también demasiada contención, como si su autor no quisiera romper el molde preimpuesto. Todo esto, no obsta, para rebajarla de la categoría de notable novela, que hace apuntes interesantes sobre la formación de un pistolero, un asesino por dinero que no se autojustifica nunca y que sin creer en nada sobrevive empuñando armas y matando a personas que no le importan porque nadie le importa -solo se importa un poco a sí mismo. 
   El acercamiento al peronismo es de denuncia pero sin profundizar, desde la óptica no política ni social sino más bien la de la novela negra superficial, en la que se muestran barbaridades y actos bárbaros porque están ahí, porque ocurren, aunque sin ir más allá, sin indagar más allá de lo sabido y reconocido. Sin embargo, no es del todo desdeñable y al hacer recuento de injusticias adquiere valor de testimonio e histórico, que nunca está de más. No sé si Vázquez Rial ya estaba por la época de la escritura de la novela realizando ya su viaje al descreimiento y al asentamiento en las ideas conservadoras que luego con tanto ahínco defendió, pero no sería de extrañar, pues echo en falta pasión, energía, nervio en el texto y lo considero ahora más una novela de contratesis que una lograda incursión en los terrenos de la  denuncia firme y arrebatadora. Es el tipo de novela de grandes posibilidades que desmitifica mientras crea un mito, y eso es labor de titanes o labor imposible, alcanzada por unos pocos, como el citado maestro Vázquez Montabalbán y otros maestros imborrables como Graham Greene.