Gert Nygardshaug: Mengele zoo

    Las novelas en las que se defiende con sentido a la naturaleza, a Gaia, son pocas. Para lograrlo, el autor debe creer en las tierras y en los habitantes que en ellas hubo, no acercarse a saber de ellos como un chucho que en su recorrido por una calle cualquiera se aproxima y olfatea bajo el tronco de un árbol. Ha de tener fe en lo que dice, convicción, ha de salirle de dentro. Porque eso se nota, se percibe si se dice creyendo o porque se ha optado por una moda o una convicción pasajera y acomodaticia mientras se escribe un libro. En este mundo de ahora en que tantos escritores se documentan y hacen suyos otros materiales, los autores que cuentan de primera mano, que vierten y entregan algo de pulso propio me interesan más que los que hacen que sus textos huelan a papel viejo. Mengele zoo es un buen ejemplo de literatura hecha por un autor que ha vivido lo que cuenta, que no ha viajado hacia fuera sino hacia dentro, que ha convertido en novela lo que le desvela, abruma, conmueve. Es un texto de alguien que de verdad cree en la defensa de la naturaleza y de Gaia. 

   La elección del tono de fábula es un gran acierto de este libro. Vamos con su protagonista, Mino Aquiles Portoguesa, desde la selva profunda hasta las ciudades más habitadas, polucionadas, destruidas por la rapiña humana. Cuando lo conocemos es un niño que vive feliz cerca de sus padres y amigos, en un medio natural en el que se puede ser feliz aunque haya miseria. No cuesta empatizar con él, con su movimiento incesante y su imaginación creciente que va acogiendo historias y deseos muy humanos. Gracias a las dotes de fabulador de Nygardshaug salimos de nuestro mundo consumista y conformista sin sobresaltos, pues creemos estar ante un cuento elegante y memorable, acogedor y nada fiero. Por eso, cuando llega la tragedia y la fábula absorbe a la pesadilla no damos un paso atrás, no abandonamos nuestro estado de empatía y no abandonamos a Mino pese a lo que vendrá a continuación: asesinatos, un gran arrebato que solo detienen la venganza fría y las ejecuciones cuidadosamente planeadas. Jamás perdemos de vista el tono de fábula y entendemos que los actos terroristas de Mino forman parte de un cuento que nació cuando él escuchaba historias extraordinarias de pequeño y ahora vive momentos de extrema delicadeza que cuestan vidas. No condenamos rápidamente a Mino por eso, porque el principio del libro, tan pegado al relato de iniciación tradicional, no es un prólogo ni una justificación sino que forma parte de un todo: la defensa de los pobres que son exterminados para que el primer mundo no carezca de nada y siga imparable su carrera hacia el precipicio y la autodestrucción. Mino es un terrorista ecologista, ama a Gaia y entiende que ella vale más que los que la hieren y la maltratan. Y sus actos siguen a sus pensamientos. Mueren tribus a las que se extermina con saña y con ocultaciones casi sádicas. Mueren animales y plantas cuya presencia y olor nunca será conocido. Mueren los que causan ese mal. Así piensa Mino, así va intentando hacer recapacitar. Mata con cerbatanas, con dardos, con veneno que proceden de las grandes selvas tropicales. Mino cree acaso ser un pequeño dios hijo de una gran diosa que es Gaia. Y en nombre de Gaia actúa. 

   




   Una lectura literal de esta historia nos echaría atrás, qué duda cabe. Mino mata en una ocasión a cientos de personas. Nuestra moral no acepta el salvajismo, aunque sea en nombre de Gaia. Pero la fábula te planta ante tu propio rostro, ante tus propias costumbres, tus propias acciones y dejaciones. De ahí el gran éxito de lectores en Noruega. El lector que sabe que esto es una fábula -envuelta en una estupenda piel de aventura- devorará el libro y no podrá retroceder: cada pérdida es un zarpazo para todos, pero cada pérdida es la pérdida de una vida humana e igualmente la pérdida de un animal hermoso que es destruido en su hábitat natural, e igualmente la pérdida de especies cuyo olor nunca conoceremos, pues Gaia piensa que todo está sobre su piel, todo respira porque ella vive, todo tiene futuro si existe antes que ninguna otra cosa el respeto por lo que está ante nosotros. La humanidad corre hacia el precipicio, no para, aumenta la velocidad de su carrera, va ciega y está ocasionando destrozos irreparables solo para que unos papeles a los que damos el valor de dioses-moneda manden y sobrevivan, pero ese papel proviene de un árbol, de un sudor, de un dolor, y no podemos dejar de verlo. Mengele zoo ha puesto un valioso granito de arena, unas horas exquisitas para volver a abrir los ojos y volver a ser de verdad humanos.