Kim Stanley Robinson: Chamán

    




   Kim Stanley Robinson, como ya he dicho antes alguna vez, es uno de los mejores escritores vivos. Ha cultivado la ciencia ficción con un acierto tal que es considerado uno de los más grandes autores que han visitado el género. Pero no solo ha escrito sobre futuros en Marte o en mundos con el agua al cuello. Chamán es un viaje al pasado, a una era helada en la que antepasados nuestros luchaban contra los elementos mientras iban construyendo una civilización, y de nuevo es un acierto mayor de Robinson, que nos conquista con un texto exquisito, sembrado de lirismo y de imágenes inolvidables que nos llevan desde el interior de cuevas donde pintan los chamanes a montañas desde las que se ven los ríos helados que empiezan a despertar con los calores de la primavera mediante una narración que consigue un equilibrio perfecto para no ser nunca prolija ni escueta, redundante ni adormecedora, envite nada fácil cuando se trata de contar qué le ocurre durante largas jornadas a un personaje que vaga solo o que no habla con nadie en tanto permanece retenido en un campamento enemigo entre captores cuya lengua desconoce. Robinson no se acerca a la magia, no retuerce la historia y la lleva por un sendero transparente, lógico, algo acorde a un escritor de ciencia ficción que no renuncia nunca a la verdad de la ciencia, pero compensa el realismo del tono con otra magia, la de su prosa bellísima que dota de vida a cuanto refleja, desde árboles a hielo que cruje, y en su apuesta decidida por el amor a la naturaleza y  cuanto en ella hay establece un rigor deslumbrante que solo en manos de un maestro como es él puede resultar tan creíble y espejeante. Chamán es una novela de estirpe libre y única, de esas creaciones que solo se dan una vez en la obra de un autor, un alumbramiento pleno lleno de aciertos sutiles y de belleza contagiosa que inspira, reafirma, atrae como el evanescente vuelo de un insecto hermoso a la caída de la tarde. Leer Chamán es disfrutar y volver a creer en muchas cosas.