Arkadi y Borís Strugatski: Stalker. Picnic extraterrestre

 



   


Esta novela es una obra maestra de la ciencia ficción y también una excelente novela que puede contarse entre las mejores del siglo pasado en el ámbito de la gran literatura (a secas). Por supuesto, ha resistido el paso del tiempo e, incluso, diría que ha ido creciendo en importancia conforme iba dejando décadas atrás desde el día en que fue publicada. Al margen de que exista una película grandiosa basada en ella, hito imprescindible del Séptimo Arte, es su concepción abierta y valiente la que la acerca a lo mejor de la literatura de todos los tiempos. En Stalker se dice del paso por la Zona de los extraterrestres solo lo imprescindible y se dibuja un panorama de fondo con algunas pinceladas firmes y seguras que sirven de perfecto marco para hablar de temas de siempre: la soledad, el ansia por poseer dinero, la furia por la supervivencia, el amor incondicional, la amistad, la competencia feroz entre los hombres por lograr el objeto más deseado. Y de todo se habla con fundamento, siempre mediante la voz y las acciones de unos personajes que están en continuo movimiento, que dialogan o monologan con crueldad desgarradora, con sinceridad apabullante. A ratos he sentido una voz narrativa cercana a la del Marlowe de Chandler, que pelea pero nunca a ciegas, que se bate contra un mundo agitado y cínico, que mantiene un centro al que volver dentro de sí que no sabría decir si es puro o ha sido desgarrado ya irremediablemente por la maldad del mundo; a ratos he percibido la fuerza del clasicismo de autores que no se entretenían jamás, que contaban con vigor y con limpieza porque se sabían dueños de una historia poderosa, original; a ratos he sentido que los Strugatski eran uno finos estilistas que vertían en la novela reflexiones profundas, críticas bien dirigidas, que aderezaban con sabiduría a una novela sencilla con materiales de primerísima calidad, como Wells, sin elevar nunca el listón para parecer más inteligentes y mejores escritores, sin traicionar jamás el espíritu de su obra, que empieza por ser el de una novela de aventura y misterio y acaba por ser -sin apartarse nunca de un único y ejemplar camino- también el de una novela sobre el origen primero y último del ser humano. Como relato moderno, Stalker solo ofrece pistas, es dura e inmisericorde a ratos, luminosa en cuentagotas, nos lleva a un lugar y al lado de unos personajes y nos aleja de ese lugar y de esos personajes de manera cortante, no cierra con broche dorado y no alienta a pensar en un solo final, una sola conclusión, un único destino. Corta y raspa, es cristal opaco, huella quebrada, pisada casi borrada en un sendero que admite la compañía del lector que no se queda rezagado ni se adormila creyendo en una única verdad, la del autor del texto. 

   Obra maestra, sí, relato generador de historias y de continuaciones, Stalker es una novela referencial y única, lectura imprescindible para el lector de ciencia ficción y para cualquier lector que no haya dejado que su imaginación quede dormida entre textos narcisistas tras cuya verdad solo se vislumbra la verdad pacata de un replicador de cuentos ajenos.