H. G. Wells: La máquina del tiempo

    




   Qué gran obra esta, pequeña en extensión y tan llena de ideas, de imágenes no superadas, de ternura y de sensibilidad, de sencillez y de verdad tan insuperables. Pertenece a un tipo de literatura -incontestable, inmortal gracias a su limpieza en la escritura y en la visión del autor y a la plasmación perfecta en un texto que es un todo- que quizá ha desaparecido para siempre. Claro que es posible ver algún error de forma, de estructura, una ingenuidad en su final lindante con lo candoroso, pero es tan pequeño cualquier fallo en el texto ante la grandeza de lo que despierta en nuestra imaginación y en nuestro recuerdo que pueden desecharse los menores errores con un simple parpadeo. Este clásico nos enseña hoy en día a creer en una meta personal e integradora, a mantener una mentalidad política -qué poco se habla de la creencia socialista del autor, aunque es absolutamente fundamental en la lectura del libro-, a imaginar con la mayor libertad lo que nada puede borrar si ponemos todo nuestro empeño en dotar de fuerza y vida a lo imaginado, a ser agradecidos con lo que nos dejaron los que estuvieron aquí antes que nosotros, a no dejarnos vencer por lo que los poderosos tienen planeado para nosotros. Algún día el planeta desaparecerá, pero debemos luchar para que a la oscuridad que lo espera no se llegue con la oscuridad humana por bandera. Ante libros como La máquina del tiempo uno solo puede sentir agradecimiento y hay que pagarles con un frondoso optimismo por el que hay que luchar para evitar su pronta desaparición personal y general en estas sociedades tan cercanas al nihilismo del todo y a la ceguera entre la acumulación de cosas inanes.