Manel Loureiro: Veinte

    




   A estas novelas que aportan  emoción y que entretienen mucho al lector no hay que destrozarlas con análisis sesudos y mirando a la pantalla con las gafas a media nariz, mirada irónica y brillo desdeñoso en los ojos. Hay que agradecerles que nos llenen los ratos de lectura con imágenes poco vistas, con escenas no demasiado habituales, con luchas y batallas que aún aparecen en las novelas, no solo en las pantallas del cine y de la televisión. Los autores de estos libros aún creen en la literatura, y eso los hace dignos de un respeto que no siempre tienen cuando los critican algunos hombres sensatos. 

   Por supuesto, adolece esta novela de personajes sólidos, alejados de los estereotipos, y de abrazarse en exceso a los recursos de la sorpresa y del golpe de efecto, pero esto forma parte del entretenimiento y de la diversión, que nunca están de más. Quizá es peor que se adviertan ciertas costuras, que haya determinadas concesiones al gusto conocido de un tipo de lector y espectador que quiere sacudidas pero dentro de un orden, controladas, nunca explosivas, y la novela deviene así conservadora: se agarra a la salvación de la humanidad unida en torno a la idea de familia, a otras ideas supuestamente asentadas y buenas que en realidad no son tal y están llevando precisamente a nuestras sociedades duramente capitalistas a cometer insoportables crímenes contra una humanidad que es cada vez más sujeto paciente y doloroso de los juegos de los poderosos atentos solo a los beneficios que nos gobiernan. El papel de los revolucionarios en Veinte, obra pensada para masas lectoras preferentemente juveniles, es el mismo que puede encontrarse en los discursos ultracapitalistas y reaccionarios, y aunque tienen una base real -como el autor señala en la nota final- es tan estereotipada, vacía y sin sustancia, está planteada de una manera tan superficial y unidireccional, casi tan de malos de opereta que solo puede producir una sonrisa o un cierto sonrojo al lector más exigente y menos ingenuo. Pero está no es una novela para pensar, sino para divertirse, y eso Loureiro lo consigue con su trama bien planteada y su intriga bien dosificada y con un atributo que no todos tienen: la capacidad de narrar sin desmayo una historia transparente, sin vericuetos innecesarios, casi de una pieza que nunca se rompe ni se deshilacha en la memoria del lector. Es una sencillez que aplaudo sin duda y que muestra a un escritor de raza. Lástima de tanta frase hecha, del tono a ratos tan excesivamente coloquial en manos de un narrador de tercera que es muy solvente y plasma muy bien cuanto sucede en cada escenario, pues se rebaja la exigencia y se hacen guiños más bien a los que leen poco y nunca se acercan a un libro para apreciar el sabor de las palabras. 

   Hace algunos años estas novelas solo aparecían en nuestro país firmadas con nombres y apellidos anglosajones. El autor autóctono parecía estar vetado si no era para la mera novela de quiosco. A mi edad, me alegro de este cambio y de haberlo visto. No me importa que a su autor se le ensalce como un gran vendedor de libros incluso en las listas de los Estados Unidos, no me importa que ese sea el supuesto mejor valor para recomendar Veinte. Esta no es una mala novela, sino un grato libro de aventuras y de anticipación que escapa sanamente a las tendencias habituales de lo más reputado de nuestra literatura, tan seria y formal a largos trechos, y espero que sirva para que siga abriendo un camino que les haga competencia a las series en streaming, el gran devorador de minutos de ocio de nuestra juventud.