Manuel Rico: Verano

    




   Es esta una novela muy destacable que tiene una escritura de las que demanda la mejor literatura para serlo y contenta al lector que no devora páginas sino que busca las novelas para degustarlas. El autor es también poeta, y eso se nota a lo largo de las muy bien escritas páginas de todo el libro: aunque no se desdeña la frase hecha, la que engarza simplemente y la que es de puro trámite incluso, abundan en el texto las comparaciones jugosas, las descripciones con mucho sentido y la aportación personal del autor que delimita y ahonda con su propio lenguaje querido, bien desplegado en toda su rica paleta de brillo y musicalidad enteramente plausibles. Solo por esto debería hablarse más de Manuel Rico, mencionársele más, celebrar que haya escrito novelas como esta, que está muy por encima en cuanto a escritura de casi todas las que actualmente se publican, se leen y se destacan. Su prosa no es poética sino creativa, amplía la mirada del lector, lo emplaza a mirar mejor a su alrededor, logro que se da sobre todo en la novela realista, en la que está atenta al detalle de lo visto y conocido, y que no solo en la realista manera de contar debería darse, pues cuando se hurta a una novela, se le hurta la lector. No es el caso: Manuel Rico amplía, suma, detalla, ilumina incluso, sin recargar nunca y sin alardear jamás, algo que tampoco es fácil cuando de prosa de calidad se trata. 

   El verano y unos personajes que tienen un pie en el presente y otro en el pasado, en un tiempo que es el del final del franquismo y de la represión y de las luchas reivindicativas. Han dejado atrás lo malo y ya solo charlan, rememoran, son preabuelitos que narran batallitas acabadas. O no: de repente hay un suicida y un tipo que regresa de los años oscuros para moverse por escenarios con el telón sin caer, deshilachado pero aún opacador. Manuel Rico añade intriga y muchas buenas meditaciones a la novela, la saca del sopor en que a veces cae el realismo literario y la lleva a un territorio en el que algunos personajes deben sudar, sufrir, aguantar contradicciones, enfrentarse a miedos que siguen vigentes en el fondo de la mente y de eso que algunos llaman alma. La novela sale del espacio cómodo y arriesga y pone un pie en el precipicio, pues no está lejos de la senda que podría acercarla al folletín, a la vacua demanda del erizamiento de piel y de la emoción repentina y fácilmente borrable, al contarnos desde dentro lo que piensan los personajes —y hacerlo con voces que suenan diferentes en personajes que no se tratan a sí mismos todos de la misma manera— elude la fácil manipulación y la inanidad que vemos en muchos guiones televisivos, en películas de supuesto prestigio que son solo pálido reflejo y destello olvidable. Cuaja la narración en un cuadro bien distribuido y bien pintado sobre una época y lo que vieron algunas personas, no intenta imponerse como retrato generacional y aunque no se decide nunca por la contundencia sí se atreve a una condena necesaria y algo frágil pero no con pies de barro que no es un mal resultado a lo que de otro modo sería solo una terminación vaporosa y hueca tras acercarse a temas y sucesos dolorosos y trascendentes. Gran escritor y buena novela.