Luis Goytisolo: Recuento

    

 


 

   Esta novela forma parte del ciclo Antagonía, es la primera y fundamental, un aldabonazo en la puerta de la literatura en lengua española que quien no haya escuchado debería esforzarse por limpiarse los oídos y centrar la atención si quiere saber de qué está hecha la mejor prosa y la mejor narrativa de nuestro país. Abrumadora es la creatividad que hay en estas páginas excepcionales, con tantas figuras vivas, palpitantes, con tan excelentes metáforas y comparaciones que son un alegre festín, nunca unos recursos de maestro impávido ni una acumulación vana de consultor de diccionarios y textos ajenos, que puedo decir sin exageración que la lectura de estas páginas son lo mejor que he vivido durante unos días. He recordado las primera lecturas deslumbrantes, los primeros gozos con un libro junto a una ventana, arropado por un silencio colaborador y aquietante, esos momentos maravillosos en que uno se ve y se siente amante de un arte, de la creación de otro que hace suya, que lo vuelve más real y más asentado en el mundo escogido, más dependiente y más libre que nunca gracias a páginas que vienen a darnos sentido y a habitarnos. He disfrutado como si fuera un adolescente -algo que el escritor nunca debe dejar de ser si pretende no perder la sana empatía y el necesario deslumbramiento ante las vivencias de otro-, he buscado las horas y he regresado a estar en esos ratos en que un libro lo era todo para mí.

   Y es porque hay una búsqueda en esta magnífica novela, una búsqueda doble: la del creador y la del hombre: la del creador que va arrastrándose por un desierto duro hasta decir las palabras, hasta escribirlas y sentirse naciente escritor: la del hombre que tiene novia, tiene amigos, tiene un deseo de participar en la sociedad y en su inaplazable cambio de mentalidad y hábitos. Una búsqueda que no se conforma con la narración lineal, que no se conforma con la descripción caracterizadora al uso, con la profundización psicológica de manual básico, con la alineación clarificadora de elementos que devengan un todo armónico y liso, plano, a la postre muerto. Una búsqueda de autenticidad que no esconde una mentira de fondo, un disfraz corroído, sino que apuesta por la dificultad hermosa, por decir e interrumpir y retomar más tarde, por no ensamblar como si se estuviera en una mesa de montaje con ojos fríos y calculadores sino ante un material que es trozos de vida, fragmentos de existencia, un crecer y avanzar como en la vida se presenta y se da: sabiendo a ratos, intuyendo casi siempre, vislumbrando, con suerte vislumbrando y entendiendo lo que cabe en un dedal de memoria y razón. Con un criterio de impagable acierto, Luis Goytisolo logra este conjunto de inmortales páginas no tomando de otras novelas, no alimentándose de ellas,  no copiándolas ni sustrayéndoles nada, no arracándoles raíces ni tallos sino dialogando con ellas, sobre todo con las del monumental ciclo proustiano en el que se recobra el tiempo perdido. No me importa perderme en una determinada escena, no saber quién habla, si estamos en el ahora o en el luego: el tiempo es relativo, al soñar vamos en todas las direcciones, al caminar por una calle y notar un olor viajamos cuarenta años hacia el pasado en un segundo. Me importa que no se me vacile, que no se me siembren pistas falsas, que no se me manipule como lector, y en esto nunca falla Goytisolo, pues no adensa las tinieblas y no hace fútiles juegos que más tarde serán artefactos tumefactos una vez caen de nuestras manos. Durante el largo proceso de intoxicación y desintoxicación política de Raúl, protagonista y también narrador del libro, en medio de párrafos inacabables y de chanzas de balanceante humor, es imposible no indentificarse con él, no reírse con él, no sentir perplejidad con él, y esto es lo mejor que puede decirse de un libro de narrativa, exigente en este caso, sí, pero porque la exigencia es exigida, porque la voz aparentemente enredosa se desenreda y aclara mientras se extiende, y se aclara, y se configura, y se musculiza y se hace duradera. Recuento es un recuento de lo que Raúl ha sido hasta el presente del libro y es también un andar creando camino, lo que diferencia enormemente este texto de otros semejantes, que son despojadores, devoradores, mientras que Recuento es creación fértil, lujuriosa, es amplitud y es libertad plena. Y, sin duda, una obra maestra de la literatura nuestra y de la literatura universal, amigos, y ¿cuántos pueden decir eso aquí y ahora? No leer Recuento es no saber que bajo una primera capa de placer y de sabor hay otra más firme y duradera, más varidada y estilosa, es comer corriendo y tragar como quien traga puños y bolas. Pocas veces en mi vida lectora he estado tan seguro de algo, pocas veces lo he afirmado con tanta convicción y tanta buena voluntad: Leed Recuento, leed Recuento.