Esta novela está
plena de verdades humanas, esas que parece que no escasean en otros libros pero
que en realidad son solo verdades ficcionales. En cambio, en Nuevas amistades
podemos encontrar muchas verdades humanas, muchísimas, porque el autor deja que
los personajes se expresen, lo hagan verdaderamente según son ellos mismos, no
según han sido creados mediante ideas previas y cerradas. Esto no es muy
habitual en la novela, aunque a muchos así les resulte, ya que el oído y la
conciencia del escritor a veces son cadenas. Juan García Hortelano critica en
este libro, sí, y critica mucho, pero no falsea, no estira las verdades como si
fueran chicles, no fuerza las escenas para que acaben donde a él le interesa y
no rompe la lógica interna, la libertad de acción de los personajes. Quienes
creen que el objetivismo ya murió están muy equivocados: es un ejemplo
inmarcesible de crítica con verdades humanas a manos llenas que nunca envejece
si el que escribe no es un dogmático. Cuando se llega al final de Nuevas
amistades, el lector decidirá qué ha leído, qué sensaciones han despertado
en él las páginas, los diálogos, los actos de los personajes. Que no enmierden
más los que no han leído con ojos limpios esta novela, una de las mejores del
pasado siglo y que aun estando algo olvidada -¿cómo es posible que nadie haya
publicado un estudio en Cátedra, una edición anotada y admiradora?- sigue
siendo un ejemplo pujante de un tipo de literatura que sirve muy bien para entender la época aquella y la nuestra.
Además, el estilo de
García Hortelano no se ajusta a lo que creen los que desprecian, y encontramos
en la novela una adjetivación deslumbrante, creativa como pocas, iluminadora y
nunca fatigante, exquisita y jamás plúmbea ni destrozadora de la frase corta,
exacta, con tintes poéticos del gran escritor madrileño, esa frase adulta como
pocas, de peso equilibrado y de prodigioso ritmo que nada tiene que ver con
otras que no poseen más aliento porque carecen de mayor vida interna. Es un
estilo vivo, que ha sobrevivido al paso del tiempo sin esfuerzo porque es
estrictamente literario, apasionadamente literario, sabiamente literario sin
que por eso opaque jamás la acción y el devenir de las historias que se nos
narran. Es una de las novelas mejor escritas del pasado siglo y detesto la
roñosa mirada de muchos sobre este libro inmortal.
Los chicos burgueses
de aquellos años son los chicos de hoy en día. Es lo primero que ves cuando
relees la novela. Diversión, hastío, sexo, subjetivismo, egocentrismo: el
retrato de García Hortelano dio en el clavo definiendo a los de entonces y a
los de ahora, que tienen más dinero, coches a su disposición, sensaciones
hondas de aburrimiento y pensamientos que en muchos casos son enteramente
grupales y asociales. Van por la vida con problemas que no han cambiado
demasiado y que seguramente resuelven de otras maneras gracias a ciertos
avances sociales pero hincan de igual forma en sus desconciertos los mismos
aguijones de desesperación, cólera y ensimismamiento. Los diálogos
prodigiosamente realistas no han perdido vigor, el entendimiento entre amigos
tampoco, y mucho menos el instinto de traicionar, de culpar al otro, de fingir
y de esquivar lo inevitable. Ahora ya nuestra sociedad está llena de burgueses,
casi solo hay burgueses, y los chicos privilegiados de entonces son los chicos
habituales de hoy -donde no falta dinero y donde no hay desahucios y pobreza
grave, claro, que no escaseaba ni escasea, desgraciadamente-, el
cuestionamiento de la realidad es similar -viajemos, bebamos, no dejemos caer
al suelo como un cartón viejo nuestra prefabricada personalidad- y el
decaimiento de la búsqueda de soluciones liberadoras, comunitarias y duraderas
es el mismo, por lo que leer esta novela puede servir mucho a los que aún no lo
dan todo por perdido y apuestan por leer libros cuyo título y argumento no
olvidarán con la facilidad con que se olvidan las series y películas de
Netflix.
Una de las mejores novelas del pasado siglo,
una de las mejores novelas para leer hoy también.