Richard Ford: El periodista deportivo

    Releo esta novela despacio, disfrutando de la prosa sencilla y efectiva de Richard Ford, a la que no le faltan hallazgos y detalles muy creativos que nunca le restan verdad. Este estilo y esta voz narrativa me impresionaron hace muchos años y me marcaron, me dejaron una huella que no puedo ni quiero negar y seguramente se percibirá en mis novelas y en mi libro de relatos (influencia benéfica, mi vasallaje a tan magnífico escritor). Como siempre, deploro el uso de la frase hecha, que me parece detestable porque el autor tiene todo el tiempo del mundo para pensar y mejorar su trabajo, pero Ford usa las frases hechas con mucho sentido y nunca descansando en ellas, para breves ajustes que no alejen su prosa de la normalidad y de la proximidad con el lector, también con la sinceridad del narrador, por lo que no me molestan apenas. Veo que en este libro hay sobre todo un personaje, que es uno y síntesis de un tipo de estadounidense y de hombre de finales del pasado siglo fácilmente reconocible: un antihéroe, un hombre despierto pero no muy destacado, amante de las faldas y un poco obsesionado con ellas, padre sin una intensidad mareante, esposo distraído y continuo observador de sí mismo y de sus fallos, más que de sus aciertos. Es un personaje que vino para quedarse y ser fundamental en la literatura reciente, y lo prueba que Ford le dedicó con justicia tres libros más y ha obtenido un reconocimiento universal por su maestría narrativa. Con Frank Bascombe cambió (tiene Ford dos novelas negras anteriores a esta que son de muy alta categoría), creció y tiró por otros caminos que no traicionaban lo iniciado y fortalecen su creatividad sin ajustarla a nada establecido, limitado. Bascombe es tan decisivo como Harry Conejo Angstrom para mí, y su autor tan inmortal como John Updike.   

   Bascombe es un derrotado de la vida, un fracasado escritor y un marido fallido, pero su lema es seguir adelante y no complicarse la vida y ver ésta con sencillez, como uno más, sin dañarse, porque nos dañamos demasiado con nuestros sueños y nuestros deseos. Quiere ser un buen padre, pasar buenos ratos con una buena chica, disfrutar con su trabajo y no vivir en una ciudad grande y entre grandes problemas. Un perfil bajo, que se diría ahora. Alguien que intenta ser feliz pese a las miserias de la vida cotidiana sin salir de la vida cotidiana. La novela es, por lo tanto, un ejercicio arriesgado, difícil, pues Ford no quiere salirse de lo conocido, no quiere sacudir al lector con capítulos impactantes, y así consigue -insisto, algo muy difícil para un escritor - sorprendentemente transmitir mucha verdad y mucha sinceridad -Bascombe es un alter ego - sin faltar jamás a la llamada del gozo literario hablando del periodismo deportivo, de la pérdida de un familiar cercano, de las desazones de no conocer nunca bien a la persona con la que duermes -conocer no es saber qué hace a una determinada hora o qué le gusta comer -, de la dificultad de la amistad verdadera, temas que no son nuevos ni él intenta que así se presenten, pues su labor es otra y mejor: no hacer falsa literatura, no fingir, no llenar páginas con verdades únicamente literarias. Es un territorio al que pocos pueden acercarse y del que no se sale victorioso casi nunca. Richard Ford sí: la soledad de Bascombe, sus errores al acercarse a mujeres que no están esperándole está tan bien contado, con tanta llaneza, que ocurre con la novela lo mismo que con ciertas películas -hace poco volví a ver En realidad nunca estuviste aquí, de Lynne Ramsay, y tuve el mismo pensamiento- que le hacen a uno plantearse cuánto tiempo pierde leyendo otras, tan alejadas de lo esencial y lo reconocible, lo sólido sin andamiaje que hunda y lo genuino descategorizado, abierto, como un camino que lleva hacia un lugar vibrante y exento de tachones. 

   



  (La primera vez que leí esta novela acabé su lectura entusiasmado y pasé muy buenos ratos comentando fragmentos con otro apasionado de ella, el escritor Miguel Ángel Muñoz. Más tarde, mi amigo Juan Uceda la leyó y expuso en una de las reuniones de la Tertulia de la Calle Suipacha -a la que en una época u otra asistieron Juan Herrezuelo, José Luis Campos Duaso, el propio Muñoz, Antonia Moreno, Ana Hagen, Ana María Díaz Díaz, Carlos Espinar, Jacinto Castillo- unas conclusiones muy bien documentadas que me hicieron ver otra lectura que no he olvidado y que complementó la mía. Sirvan estas líneas como sentido recuerdo y homenaje a este querido amigo ausente, que fue el mejor para mí en aquellos años y cuya desaparición nunca ha dejado de ser una herida abierta.)