Edoardo Albinati: La escuela católica

    



    La escuela católica es una novela absolutamente excepcional. Está en la categoría a la que muy pocos pueden acceder: la de obra maestra. Y, sin duda ninguna, afirmo que pasa a engrosar la breve lista de imprescindibles del siglo XXI, de nuevos clásicos, entre los que se cuenta ya firme e irrebatiblemente. Decir que sus 1282 páginas son pocas puede sonar a desafío vano o a hipérbole cogida al vuelo, pero los que hemos llegado hasta la última página sabemos que no exageramos ni un adarme. Son pocas porque nada sobra, claro que sí, y también porque Albinati no lo cuenta todo, por sorprendente que pueda parecer. Hay zonas, personajes, rememoraciones que han quedado fuera de este libro magistral, que podrían ser añadidos fácilmente sin sobrecargarlo y que incluso quizá están pidiendo no una continuación, sino unas apostillas. La escuela católica es uno de esos escasos libros que merecen los mayores reconocimientos, todos y cada uno de ellos, y es una de esas novelas que le hacen a uno pensar que si su autor tuviera que recibir todo un premio Nobel -por señalar el más evidente y lo que más suena a grandioso- por un solo libro no habría error y sí acierto mayúsculo. De este nacerán nuevos libros, nuevas ficciones y nuevas memorias, diálogos políticos y celebraciones de lo que es ser humano a poco que nos prestemos a entrar en su mundo. 
    Narrada en primera persona y originada por el conocimiento de unos hechos luctuosos ocurridos cerca del autor -que es quien cuenta y quien se identifica y quien se siente sacudido por lo que va sabiendo-, no estamos ante una novela al uso, ni ante un libro de autoficción, ni ante unas memorias, ni ante un ensayo sino ante todo eso y mucho más: en este libro total narra Edoardo Albinati pero olvidaos del egocentrismo, de la vanidad del autor porque lo que encontraréis es una autocrítica bien templada, un análisis vivísimo e impecable de la burguesía, del fascismo y de la amistad, de la genialidad y de la imbecilidad, de lo monstruoso y de lo más tierno (el pasaje en que se habla de la necesidad de tener cerca a una mujer, no sea más que para contemplarla es simbólico y antológico). Recordando a sus compañeros del colegio, Albinati jamás se entorpece con el sentimentalismo, con la loa a lo perdido y añorado, sino que analiza y dibuja a unos personajes (y personas) que son pura verdad gracias a su manera de abordarlos mediante elipsis, idas y vueltas, avances y retrocesos (lo mismo que ocurre en casi toda relación humana), luces y claros que son los de ellos y los de quien los trató entonces y ahora (con su presencia entonces, con los ojos del recuerdo ahora, la mirada siempre desempañada). Ellos son la esencia, la clave, pero detrás de ellos está una época que inesperadamente se vio abocada a la violencia política, a la muerte repentina, al terrorismo y al fascismo. Albinati no lamenta, no desecha, no rompe ni reconstruye como un adulto maniático: ni flagela para deslumbrar ni desdeña para suavizar. Se muestra implacable primero ante sí mismo, no oculta sus debilidades, y así es posible creerlo cuando habla de las de los demás. 
    No salen bien parados los hombres en este libro, no se los esculpe con estatura y gesto de héroes. Porque no se lo han ganado. Atiza Albinati con motivos bien fundamentados, y en Italia ha sido bien acogido el libro por quienes no son hombres, por quienes han sufrido a los hombres, por quienes aún los sufren cuando confunden estos lo que es ser hombres con ser coraza y corteza. Y eso no obliga a dar a un paso atrás al lector hombre (qué logro tan trascendente), no lo acorrala ni lo rebaja: Albinati es tan acertado en sus diagnósticos que ese lector hombre siente una relajación, una identificación positiva, una adecuación tan especial e irrechazable que solo puede leer con una sonrisa, con agradecimiento por que otro hombre sea tan valiente y tan claro y tan generosamente humilde y veraz. Cuando el fascista lea este libro no se sentirá aceradamente afrentado, ni mirado de arriba abajo (uno de los mejores amigos de Albinati era fascista), tachado ni borrado, pero tampoco podrá negar que está ahí, que es ese lleno de contradicciones y furias algo infantiles, nunca aplacadas porque se le exige para su fe una acción rota, quebradora, cercana a lo agonizante y a lo ridículo a la vez, infatigable y  bordeante del abismo. Los que fueron alumnos de una escuela católica y exclusiva para un solo sexo no saldrán de este libro pensando que se ha vertido ira y resentimento contra ellos, pero no podrán negar que ahora que tienen una perspectiva mejor pueden recordar qué les faltaba, qué añoraban, qué los conducía y los reconducía con fuerzas visibles o no visibles dando siempre por hecho que todos los caminos eran un solo camino cuando la edad y los desastres cotidianos han dejado ya bien claro que nada es solo de un color, nada está hecho de una sola materia, nada limpia el arrepentimiento callado, nada mata por una única desobediencia ni por un secreto cuyo peso es tan liviano como el de una palabra dicha con la boca apretada contra la almohada. 
    Albinati habla de muchas cosas en su fascinante novela (a mí me ha embelesado durante muchas páginas, como si estuviera ante el primer libro que leo), trata muchos temas, incorpora casi al final unos apuntes de un profesor, se interroga sobre muchas cuestiones que siguen preocupándonos, suma muchos materiales y nunca falsea, nunca abruma. Como en los mejores libros, es la voz que cuenta la que nos gana, la que nos hace creer que mientras leemos estamos ante algo que es verdad, que se ha creado para nosotros (para cada lector, tú, yo y aquel, solo para para cada lector que está leyendo el libro), la que nos informa y nos involucra. Como en los mejores libros, son los fragmentos en el momento de la lectura y el todo cuando cierras el libro lo que nos lleva a decir: Es magnífico. Como en las mejores novelas, nos invita a una conversación de la que no sales igual, en la que descubres puntos de vista nuevos y sales cambiado, sales renovado, sales más libre. La escuela católica es un nuevo clasico de la literatura mundial, un libro al que pondría entre los tres o cuatro más significativos de mi vida lectora. Larga vida y gracias, Albinati.