Diana Gabaldón: Forastera

   


   Me atrajo de esta novela que contaba las peripecias de un viajero del tiempo, uno de esos temas a los que vuelvo cíclicamente. Debería de haberme echado un poco atrás que en principio se publicitara este libro como novela romántica, pero como había visto varios episodios de la serie televisiva no me arredré. Las etiquetas están para romperlas, y es lo que hace Diana Gabaldón con Forastera, primer fruto de una saga que en verdad me parece muy interesante. 
   Gabaldón narra muy bien, tiene un sentido del fluir de la historia como pocos escritores -instinto y amor por lo que se cuenta, convencimiento puro y hermosamente meándrico-, y eso hace que no te arrepientas en la página cuarenta y abandones la lectura. No se ampara en el uso y abuso, tan común en la novela de grandes ventas, de la frase hecha y no escribe recortando: su estilo es versátil, acoge bien la adjetivación literaria y luminosa y me ha parecido muy ajustado a la historia que narra, la de una mujer inglesa que viaja a Escocia con su marido tras la segunda guerra mundial y realiza inopinadamente un viaje en el tiempo que la transporta dos siglos atrás, a un espacio más puro y cargado de belicosidad, aventura y lucha incesantes. Aquí el libro se alza como algo valioso, diría incluso que notablemente valioso, porque Gabaldón es una maestra en el arte de la novela de aventuras. Espadas, pistolas y dagas no van a faltar, ni episodios de enfrentamientos y huidas, recelos y venganzas. Claro que se fuerza un poco al elenco para que aparezcan los principales personajes en varios momentos muy intensos, siempre los tres personajes principales, y se insiste en sus odios y pasiones y deseos, pero el límite está claro y Gabaldón no nos mueve entre astillas ni carbones encendidos: hay páginas y momentos tensos, crudos y hasta un poco difíciles de leer -una violación-, pero no hay carne cruda, no hay exhibición vana, no hay vísceras que obliguen a cerrar los ojos. Gabaldón sabe narrar muy bien la pasión y no vacila en contar cómo es también la pasión destructiva, el impulso homicida. El equilibrio dota al conjunto de un insospechado interés que vuelve a la novela en nuestras manos algo muy vivo, compartible, algo generoso y nada oscuro. 
   La novela de aventuras del siglo XXI tiene sus códigos y sus maneras, que no pueden ser los de siglos anteriores, y nadie va a poder reprocharle ingenuidad ni afán de hueca repetición a Gabaldón, una escritora mejor dotada de lo que le reconocen y dueña de un estilo que apenas existe en lo que se estila dentro del género: el de una escritora con fuerza y solvencia y un léxico abundante y una mirada amplia y acogedora y con una gran fuente creativa de personajes que la sitúan en lo más alto del camino que ha elegido transitar.