Jorge Luis Borges: Hombre de la esquina rosada

   


   Leí este relato mucho tiempo después de haber escrito los cuentos que integran mi libro Almería 66, algún tiempo después de que este fuera publicado, y mi sorpresa fue grandee porque pensé que perfectamente habría podido ser una de las fuentes de las que beber mientras pergeñaba argumentos y juntaba las primera frases: tan fundamental influencia creo que pudiera haber resultado inspiradora y asentadora a la vez. En el relato de Borges hay navajeo, hay enfrentamientos directos y sangrientos, un deseo de sorpresa al final y una prosa que tiene mucho que ver con la poesía aun sin abandonar en ningún momento la mejor senda narrativa. Por supuesto, ningún cuento de mi libro tiene la hondura ni la inteligencia compositiva que se encuentra sin esfuerzo del lector en el relato casi perfecto del gran escritor argentino. No logré yo que hubiera una selección de secuencias tan bien ordenadas y tan atentas a la elipsis, ninguna descripción tan fijadora y aparentemente liviana, ningún tono tan real y callejero y sin embargo tan verosímilmente de alta prosa. Pero es curioso que mucho tiempo después uno encuentre una influencia no sabida tan grande -¿acaso sí leí el relato en la primera época dedicada a la lectura de los cuentos de Borges, allá por los primeros años 90 del pasado siglo, y la memoria lo archivó astutamente para un día de necesidad futura?-, tan clara y tan apasionante: cortazariano como he sido siempre, presté poca atención a una parte de la obra de Borges y la leí mal, apresuradamente, con descuido; hasta que el tiempo, aliado de la tranquilidad y de la soledad bien alimentada y no forzosa, hace que vuelvan los pasos donde se extraviaron y  recobre uno feliz un cierto sentido, orden y hasta una cierta calma liberadora que propician el reconocimiento y el agradecimiento, que nunca por tardío deja de ser efectivo si es bien expuesto.