Mario Benedetti: No ha claudicado

   


    Este es uno de los mejores relatos que he leído, uno de esos que se vuelven inolvidables porque no solo es literatura, porque en alguna conversación no literaria he mencionado la historia de esos dos hermanos que se distancian y no se hablan durante muchos, muchos años por culpa de un malentendido: ambos querían las joyas de la madre muerta y ambos sospecharon que el otro se las había quedado tras el entierro, pero nunca se pidieron explicaciones, hasta que uno llama al otro para decirle que en realidad las joyas se las llevó a escondidas una prima, cercana a ellos y a la madre, que las ha retenido durante muchos, muchos años sin decir nada, pese a ser conocedora de la desafección entre los hermanos. Hasta este punto no cuesta mucho acercar al relato al mundo de Balzac, del que creo que es claramente deudor, pero Benedetti pone de su parte y concluye con un pensamiento sorprendente, que cierra a la perfección este relato de odio y de desconfianza: el hermano requerido decide que no le importa ahora el asunto de las joyas, que va a mantenerse en el odio contra el hermano. 
    Perdonadme que cuente el final, pero la prosa y la ironía acogedora del tono y la perfección párafo a párrafo del relato, tan exacto y deslumbrante como la belleza de alguna de las joyas de las que se habla en él, son una continua invitación a la relectura y, como digo, a la narración en voz alta de la historia en sobremesas y tertulias no necesariamente literarias, en esas en las que se habla de parientes y conocidos, de gente que nos defraudó, de personas que perseveran en su odio porque les sirve para tener fuerzas y un objetivo por el que seguir viviendo. No ha claudicado es un relato que nació de alguna observación benedettiana de la realidad y a la realidad regresa siempre, con este texto, con mis palabras y acaso la próxima vez con las tuyas. 

Mario Benedetti: Aquí se respira bien

 


   Este relato es un ejemplo perfecto de lo que es el punto de vista narrativo: un muchacho acompaña a su admirado padre y conversa con él, se acerca un tipo y entabla un breve diálogo con el padre que deja entrever que éste no es tan digno de admiración, ni mucho menos. Son pocos elementos, es un relato muy breve, pero en él está de nuevo la habilidad para los tonos y los temas de Benedetti, su visión comprometida con el mundo y con sus habitantes, a los que observa enérgico y atento, a los que da voz tanto si le caen bien como si le caen mal, sabedor de que no se denuncia creando personajes planos, monolíticos, poseedores solo de una cualidad. Somos el muchacho en este relato -como lectores - y, con él, intuimos, entrevemos y no queremos enterarnos de más. 
   De nuevo tengo la sensación de que no se hizo suficiente justicia con Benedetti: qué buen relato y qué gran lección de economía de medios. 

Mario Benedetti: Corazonada

 


   El humor no falta en los relatos de Benedetti, y sirve para hacer más creíbles a los personajes y las voces narradoras que cuentan con un motivo, porque tienen alguien a quien dirigirse y le hablan de manera realista, cercana y con ese punto necesario de complicidad que invita a explayarse con un humor que es como coger de la mano, como tocar el hombro del oyente, como acercarle una sonrisa mientras se efectúa una pausa en la historia. Cuántas veces se topa uno con relatos y novelas que son pura palabra, palabra nacida de palabra leída anteriormente, palabra sobre palabra y palabra muerta porque el destinatario no parece posible, porque el narrador da la sensación de que cuenta desde el aire, desde el vacío o desde la nada aunque se valga de la primera persona: cuántas voces hay que casi obligan a cerrar el libro porque no entiendes a quién le hablan, porque no saben dirigirse al probable oyente, porque no han pulido lo suficiente el tono coloquial o no han justificado que se cuente su historia a nadie. 
   La variedad de voces, de registros y diríamos que hasta de tonos presentes en los relatos de Benedetti revelan el hacer de un grande. En esta historia de la criada que busca pegar el braguetazo uno siente que la sonrisa se le instala en la boca suavemente desde las primeras líneas y que no le abandona hasta el final porque quien cuenta convence y te coge con ternura y con ironía de la mano y te enseña que sus actos tienen éxito gracias al desparpajo y a la claridad de ideas y también a la base de socarronería y salero con que se mueve por el mundo una persona desfavorecida y arribista que, como a algunos personajes de Balzac, no la vence ningún desaliento en tanto no se sale del objetivo fijado en el ascenso medido y rigurosamente planeado en la escala social y va ascendiendo peldaños con seguridad y con la mente fría, igualándose a los que la esperan arriba, mutando en lo que la asentará donde la risa será siempre confiada y victoriosa. Y, afortunadamente, se nos cuenta la historia sin perder nunca el tono jocoso, juguetón y divertido, ya que la concepción de la vida de esta criada no es trágica, sino alegre y animosa, y por eso con palabras sueltas y lúdicas nos hace llegar su confesión sin arrepentimiento, su victoria celebrada y embriagadora que no deja en ningún momento de ser un disfrute ágil y sonoro como una buena y satisfecha carcajada tras un trabajo acabado, bien resuelto.  

Mario Benedetti: Puntero izquierdo

   


   El fútbol de aficionados, violento y tramposo, con su jerga y su violencia y sus latigazos de pasión desbocada centra la historia de este breve relato en el que Benedetti se luce con el estilo coloquial, directo y pleno de ironía que tan efectivo es para hacer más vivos y creíbles a los personajes. Lo recorre también esa verdad reposada y sin filo que está presente en los mejores relatos del uruguayo y que los dota de una firmeza y los aproxima a ese hálito confesional y nada ceremonioso, aproximador, que siempre encontramos también en sus mejores poemas: prosa y poesía, así, unidas en la obra narrativa de un Benedetti al que algunos erróneamente tacharon de menor, al que combatieron por cuestiones ajenas a su literatura con la saña y la ruindez de los asalariados del afán desprestigiador y con la lóbrega envidia de los beatos de la apariencia y lo establecido.