Fin de año sin fin de ciclo

   Se va acabando un triste año de frío que no todos pueden combatir con las mismas defensas y encendiendo durante las mismas horas -en muchos casos ni tan siquiera las horas necesarias- las estufas y braseros, un año de mucho paro y desesperanza, con demasiados desahucios -uno ya es demasiado-, demasiados suicidios y demasiado adioses entristecedores. Las caras importantes siguen siendo las mismas y la mentiras se apilan una tras otra hasta levantar montones insostenibles.
   Nadie va a venir a salvarnos, pero los ciudadanos se aferran a aquello de más vale malo conocido y no parece que, en verdad, vaya a producirse ningún cambio significativo en 2014. Volverá a ganar el partido que está en el gobierno las elecciones de turno porque los que salen de sus casas a votar no quieren cambiar de opinión y porque muchos están convencidos de que la crisis es culpa no de los banqueros y de los que ocultan sus fortunas, sino de los que cobran el desempleo, de los que tienen ayudas de 400 euros y de los pensionistas que insisten en no morirse. Estamos donde siempre: los ricos contra los pobres. Solo que algunos pobres se creen ricos porque tienen algo más que los pobres con los que se tratan a diario y los desprecian porque han caído o porque ya no son capaces de levantarse. Hay demasiado fútbol, como siempre, demasiada televisión y unas diversiones encorsetadas,  pero el mundo no se ha parado. Con eso ya tiramos, dicen algunos. Y mientras la corriente sigue arrastrándonos. 
   Desde un rinconcito de este país pobre y triste, desde un rinconcito del sur, os deseo felices días, amigos, y sumo mis votos para que el año no se presente demasiado malo.