No a la reforma de las pensiones

No, porque equivale a más pobreza.
No, porque no se puede recortar a quien menos tiene.
No, porque solo se busca el hachazo, no nuevas medidas que ayuden a que los ingresos aumenten y se mantengan las actuales cuantías. 
No, porque la Seguridad Social no tiene por qué autofinanciarse. 
No, porque es un engaño en toda regla. 

Milan Kundera: La insoportable levedad del ser

   


   La insoportable levedad del ser es una de las grandes novelas del pasado siglo y una de las pocas que sirvió para llevar al género un paso adelante gracias a la gran inteligencia de su autor y (aunque pocos lo destacan) a su gran sensibilidad, que nos regala páginas de sencilla y honda emoción junto a otras muchas de gran intensidad imaginativa. Es una novela de ideas esta, sí, ya que la mente de un filósofo parece estar detrás de cada acto de los personajes, de cada pensamiento para otorgarle un orden y un sentido infalibles, como una máxima irrefutable. Pero no es menos una novela plena, en la que hay personajes plenos y capítulos (y partes de la novela) eficazmente literarios y emotivos, como aquel en el que muere el perro. 
   Releída la novela muchos años después, encuentro en ella muchísimas meditaciones de sorprendente actualidad y constato que los grandes libros nunca caducan, sino que, por el contrario, cada vez tienen más ventanas y permiten más interpretaciones. En La insoportable levedad del ser las vidas comunes desfilan por los estrechos senderos que marca la ancha historia y en los pequeños avatares van germinando las verdades enormes dentro de pequeños movimientos que al final cuentan tanto como los grandes actos. Y es que este aspecto ha vuelto a resultar decisivo para que crezca mi aprecio por esta novela: Kundera habla de su patria y de la invasión rusa y del seudocomunismo autoritario sin perder nunca de vista al simple médico, a la simple fotógrafa, al simple campesino, a los pequeños seres, en definitiva, sin los que no existe la realidad, ninguna verdad con mayúsculas y en tiernas minúsculas. 
   Son pocos personajes los que tienen nombre y pasado en este libro. Con ellos crea Kundera una red de relaciones circular, estrecha y reveladora de ciertos asuntos que le interesan: el amor y el cuerpo, la desesperanza y el recuerdo imborrable, la llamada de la Historia y la mentira de la Historia, el eterno ir y venir sin saber si lo que hacemos es correcto, si valdrá para algo. Alejado de la retórica y del lucimiento, Kundera es preciso, hurga y saca a la luz convencido y sabio, pero también prudente y dispuesto a asumir el diálogo con el lector, al que directamente se dirige en ocasiones como creador del libro no para exhibirse, sino para ser más sincero, para mostrar que no esconde cartas, que no juega como escritor con cartas marcadas (ay, cuántos quedan a su lado y por comparación en ridículo o como pequeños y vociferantes charlatanes de esquina). No necesita golpes de efecto, no utiliza el misterio ni la intriga, no tiene miedo en contar el final de la historia antes de narrarlo. Y nos acerca a los lectores a un terreno que no resulta lejano al visitado anteriormente por autores como Sartre y Beauvoir (¿por qué no puede ser esta considerada también una novela existencialista?), en el que se dice y se medita, se cuentan muchos sueños de los personajes (con los que comprenden mejor quiénes son y qué los motiva), se nos aproxima a preguntas trascendentes sin engolar el tono ni arrebujarse en la capa del escogido sino a través de cuestiones que a todos nos obsesionan y que cada cual se plantea en su realidad con una voz más seria o más irónica, más serena o más desesperada, más firme o más temblorosa según las expectativas de cada cual y en el sitio en el que le ha tocado estar ante el devenir lineal de nuestro tiempo. 
  Es una de las mejores novelas que he leído, una de las que más y mejores preguntas me ha hecho, una de las que más me han influido como narrador también, como perplejo paseante por un mundo enrarecido y sin respuestas claras ni (al parecer) universalmente válidas.