Domingo

Conocía al hombre que se ahorcó en Granada la mañana en que iba a ser desahuciado. Vi las velas en la puerta de su negocio de prensa. Las velas ya no están. La calle donde vivía parece más triste y estrecha cuando camino por ella. Y más oscura. Apagada, como las calles de algunas fotos antiguas. El negocio está cerrado. La casa cerrada. No estamos todos, falta Domingo, gritaban los vecinos cuando mostraban su tristeza en la Plaza de las Palomas. Ya no hay gritos. Domingo se fue y a nadie le va extrañando que crezca el silencio. Pero algunos vecinos aún creemos verlo en una esquina, iniciando el reparto de periódicos matutino, o conversando en un bar de La Chana, al fondo de una barra o sentado en una de las mesas a las que llega la mejor luz de la calle. Solo se irá del todo cuando dejemos de verlo o de creer que lo hemos visto, cuando no lo confundamos con otro, cuando las velas y su luz se apaguen en nuestra memoria.